¿Cómo obtener un corazón puro? (Parte II)

Continuamos hoy con el tema que estuvimos tratando ayer: la purificación del corazón.

Al estar dispuestos a percibir nuestras sombras ante un Dios amoroso, surge un doble realismo: por un lado, uno reconoce el “lado oscuro” dentro de sí mismo; y, al mismo tiempo, uno se encuentra con la misericordia de Dios. Empezamos a entender que Dios no nos rechaza ni castiga a causa de la impureza que procede de nuestro corazón; sino que, en su amor, Él se ha propuesto traer luz a las tinieblas.

Entonces, no se trata, de ningún modo, de “integrar nuestra sombra” –como lo propone, por ejemplo, la así llamada “psicología profunda”–, considerando nuestro “lado oscuro” como parte de nuestra personalidad. En esto no puede consistir el proceso de transformación del corazón. Una visión correcta de la “integración de la sombra” sería admitir el hecho de que en nuestro corazón existen abismos y que éstos no pueden ser reprimidos. Sin embargo, la sombra no pertenece esencialmente al hombre; sino que es la deformación de su verdadero ser; la herencia del “viejo Adán”, que, alejándose de Dios, cayó bajo el dominio del pecado (cf. Rom 5,12). Esta sombra desfigura la imagen de Dios en nosotros; pero Él, en su bondad, quiere restaurarla. Para este proceso, es esencial la purificación del corazón.

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