EL TEMPLO INTERIOR

 

“Haré de tu corazón el trono de mi gloria y de mi misericordia” (Palabra interior).

Si le entregamos nuestro corazón al Padre Celestial, Él no descansará hasta haberlo convertido en un maravilloso templo interior adornado con todo tipo de piedras preciosas. Estas son las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo que se van desplegando en nosotros. De este modo, nuestro Padre se glorifica en nosotros, porque al adoptar sus rasgos y reflejar su ser, nos vamos convirtiendo en «otros Cristos», como se decía de San Francisco de Asís.

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Evangelio de San Juan (Jn 14,15-23): «No os dejaré huérfanos»

 

“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre: el Espíritu de la verdad, al que el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis porque permanece a vuestro lado y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, yo volveré a vosotros. Todavía un poco más y el mundo ya no me verá, pero vosotros me veréis porque yo vivo y también vosotros viviréis. Ese día conoceréis que yo estoy en el Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y yo mismo me manifestaré a él”. Judas, no el Iscariote, le dijo: “Señor, ¿y qué ha pasado para que tú te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?” Jesús le respondió: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.

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