“Permaneced en mi amor” (Jn 15,9).
El amor de nuestro Padre Celestial nos envuelve, habita en nosotros y nos modela a imagen de Cristo. Si lo hemos reconocido y asimilado mediante la fe, entonces este amor querrá permanecer siempre en nosotros y no se apartará jamás. Es el amor divino y, por tanto, inmutable. Es un regalo que recibimos gratuitamente, pero nuestra tarea y nuestra dicha consisten en permanecer en él. Y esto no es difícil, ya que Dios, por su parte, nunca nos retira su amor. Solo nosotros podemos apartarnos de él cuando somos negligentes en cultivarlo y volcamos nuestro amor de forma desordenada hacia lo creado, alejándonos así de Dios.