“Toda buena dádiva y todo don perfecto vienen de lo alto y descienden del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de mudanza” (St 1,17).
“Toda buena dádiva y todo don perfecto vienen de lo alto y descienden del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de mudanza” (St 1,17).
Llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: “Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. Él les contestó: “Yo no sé si es un pecador. Sólo sé una cosa: que yo era ciego y que ahora veo”. Entonces le dijeron: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?” “Ya os lo dije y no lo escuchasteis -les respondió-. ¿Por qué lo queréis oír de nuevo? ¿Es que también vosotros queréis haceros discípulos suyos?” Ellos le insultaron y dijeron: “Discípulo suyo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Sabemos que Dios habló a Moisés, pero ése no sabemos de dónde es”. Aquel hombre les respondió: “Esto es precisamente lo asombroso: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores. En cambio, si uno honra a Dios y hace su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no fuera de Dios no hubiese podido hacer nada”. Ellos le replicaron: “Has nacido en pecado y ¿nos vas a enseñar tú a nosotros?” Y le echaron fuera.