“Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias, Señor” (Sal 50,19).
El Señor viene al mundo como niño. Éste es el camino que Dios escogió para abajarse a nosotros y para que podamos comprenderlo. Un niño suscita alegría y amor; ternura e instinto de protección. ¡Nadie tiene miedo de un niño! Incluso personas que tienden a ser cerradas, son a veces capaces de abrirse en presencia de un niño.
Un niño es capaz de sacar lo mejor del hombre.
Especialmente en su primera etapa, el niño es como un recuerdo del paraíso, que nos muestra la inocencia originaria del hombre, aunque ya carga sobre sí la herencia del pecado original.