El séquito del Cordero

Ap 14,1-5

Yo, Juan, vi al Cordero que estaba de pie sobre el monte Sión. Lo acompañaban ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban escrito en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre. Oí entonces un ruido que venía del cielo, parecido al estruendo de aguas caudalosas o al fragor de un gran trueno. El sonido que percibía era como de citaristas que tañeran sus instrumentos. Cantan un cántico nuevo delante del trono y delante de los cuatro Vivientes y de los Ancianos. Y nadie podía aprender el cántico, excepto los ciento cuarenta y cuatro mil rescatados de la tierra. Éstos son los que no se mancharon con mujeres, pues son vírgenes. Son los que siguen al Cordero a dondequiera que vaya, las personas rescatadas como primicias para Dios y para el Cordero, en cuya boca no se encontró mentira. No tienen tacha.

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Mi Reino no es de este mundo

Jn 18,33-37

En aquel tiempo, Pilato preguntó a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Respondió Jesús: “¿Dices eso por tu cuenta o es que otros te lo han dicho de mí?” Pilato contestó: “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?” Respondió Jesús: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí.” Entonces Pilato le dijo: “¿Luego tú eres rey?” Respondió Jesús: “Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.”

Como cristianos, reconocemos al Señor como Rey; un Rey conforme a nuestro corazón. Cuanto más vamos conociendo al Señor, tanto más nos llenamos de gozo por el hecho de que Él sea como es. Un Rey sin sombras; un Rey que nos entrega su Corazón y nosotros el nuestro…

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Los dos testigos

Ap 11,3-12

Me fue dicho a mí, Juan: “Haré que mis dos testigos profeticen, durante mil doscientos sesenta días, cubiertos de sayal.” Ellos son los dos olivos y los dos candelabros que están ante el Señor de la tierra. Si alguien pretendiera hacerles mal, saldría fuego de su boca y devoraría a sus enemigos; si alguien pretendiera hacerles mal, tendría que morir de ese modo. Estos dos testigos tienen poder de cerrar el cielo para que no llueva los días en que profeticen; tienen también poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y poder de herir la tierra con toda clase de plagas, todas las veces que quieran. Pero cuando hayan dado testimonio, la Bestia que surja del abismo les hará la guerra, los vencerá y los matará.

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El anuncio puede ser amargo

Ap 10,8-11

La voz del cielo que yo había oído me habló otra vez y me dijo: “Ve y toma el librito que está abierto en la mano del ángel, el que está de pie sobre el mar y la tierra.” Fui hacia el ángel y le pedí que me diera el librito. Me respondió: “Toma, devóralo. Te amargará las entrañas, pero te sabrá dulce como la miel.” Tomé el librito de la mano del ángel y lo devoré; y sentí en mi boca el dulzor de la miel. Pero, cuando lo comí, se me amargaron las entrañas. Entonces me dicen: “Tienes que profetizar otra vez contra numerosos pueblos, naciones, lenguas y reyes.”

La Palabra de Dios puede ser dulce como la miel al paladar, sencillamente porque es la verdad. Sin embargo, especialmente para aquellos que la anuncian, puede también ser amarga.

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Digno es el Cordero

Ap 5,1-10

Yo, Juan, vi que el que estaba sentado en el trono sujetaba con su mano derecha un libro, escrito por el anverso y el reverso, y sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso que proclamaba con voz potente: “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?” Pero nadie era capaz -ni en el cielo ni en la tierra ni bajo tierra- de abrir el libro ni de leerlo. Yo no paraba de llorar, porque no se podía encontrar a nadie digno de abrir el libro ni de leerlo. Pero uno de los Ancianos me dijo: “No llores, pues ha triunfado el León de la tribu de Judá, el Retoño de David. Él podrá abrir el libro y sus siete sellos.” Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, que parecía degollado.

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