Fil 2,12-18
Ya que siempre habéis obedecido, no sólo cuando yo estaba presente, sino mucho más ahora en mi ausencia, trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, pues es Dios quien, por su benevolencia, realiza en vosotros el querer y el obrar. Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones, para que seáis irreprochables y sencillos hijos de Dios sin tacha, en medio de una generación perversa y depravada, en medio de la cual brilláis como estrellas en el mundo, manteniendo en alto la palabra de la vida. Así, en el Día de Cristo, seréis mi orgullo, ya que sentiré que no he corrido ni me he fatigado en vano. Y aunque mi sangre se derrame como libación sobre el sacrificio y la ofrenda de vuestra fe, me alegro y congratulo con vosotros. De igual manera, también vosotros alegraos y congratulaos conmigo.