Ven, Señor Jesús, Maranathá

Ap 22,1-7

Luego el ángel del Señor me mostró un río de agua de vida, brillante como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza, a una y otra margen del Río, hay un árbol de vida, que da fruto doce veces, una vez cada mes; y sus hojas sirven de medicina para los gentiles. No habrá ya maldición alguna. El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad, y los siervos de Dios le darán culto. Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá noche. Sus moradores no necesitarán luz de lámpara ni luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará, y reinarán por los siglos de los siglos. Luego me dijo: “Estas palabras son ciertas y verdaderas.

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No adorar a la Bestia

 

Ap 20,1-4.11-15; 21,1-2

Yo, Juan, vi a un ángel que bajaba del cielo, llevando en su mano la llave del abismo y una gran cadena. Dominó al Dragón, la serpiente antigua –que es el diablo y Satanás– y lo encadenó por mil años. Lo arrojó al abismo, lo encerró y selló el lugar. Así no volverá a seducir a las naciones, hasta que se cumplan los mil años. Después tendrá que ser soltado por un poco de tiempo. Luego vi unos tronos. Se sentaron en ellos y recibieron poder para juzgar. Pude ver también las almas de los que fueron decapitados por el testimonio de Jesús y la palabra de Dios, y a todos los que no adoraron a la Bestia ni a su imagen, ni quisieron aceptar la marca en su frente o en su mano. Revivieron y reinaron con Cristo mil años. Luego vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado sobre él.

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La justicia de Dios

Ap 18,1-2.21-23;19,1-3.9a

Después de esto vi bajar del cielo a otro ángel, que tenía gran poder, y la tierra quedó iluminada por su resplandor. Gritó con potente voz: “¡Cayó, cayó la gran Babilonia! Se ha convertido en morada de demonios, en guarida de toda clase de espíritus inmundos, en antro de toda clase de aves inmundas y detestables.” Un ángel poderoso alzó entonces una piedra, como una gran rueda de molino, y la arrojó al mar, diciendo: “Así, de golpe, será arrojada Babilonia, la gran ciudad, y ya no volverá a aparecer…” No volverá a resonar en ti la música de cítaras y cantores, de flautas y de trompetas. No volverán a verse en ti artífices de arte alguna. No volverá a resonar en ti el ruido de la rueda de molino. No volverá a brillar en ti la luz de la lámpara. No volverán a oírse en ti las voces del novio y de la novia.

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Los vencedores

 

Ap 15,1-4

Luego vi en el cielo otro signo grande y maravilloso: siete ángeles que llevaban siete plagas, las últimas, porque con ellas se consumaba el furor de Dios. Contemplé también una especie de mar de cristal mezclado con fuego, y vi a los que habían triunfado sobre la Bestia, sobre su imagen y sobre la cifra de su nombre. Estaban de pie junto al mar de cristal y llevaban las cítaras de Dios. Y cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios Todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos, rey de los pueblos. ¿Quién no temerá y no dará gloria a tu nombre? Porque vendrán todas las naciones y se postrarán ante ti, porque tú solo eres santo y tus justas sentencias han quedado manifiestas.”

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El tiempo de segar

Ap 14,14-19

Seguí contemplando la visión. Había una nube blanca, y sentado sobre la nube alguien parecido a un Hijo de hombre, que llevaba en la cabeza una hoz afilada. Luego salió del Santuario otro ángel gritando con voz potente al que estaba sentado en la nube: “Mete tu hoz y siega, porque ha llegado la hora de segar. La mies de la tierra está madura.” Y el que estaba sentado en la nube metió su hoz y quedó segada la tierra. Otro ángel salió entonces del Santuario del cielo. Tenía también una hoz afilada. Pero salió del altar otro ángel, el que tiene poderío sobre el fuego, y gritó con voz potente al que tenía la hoz afilada: “Mete tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque están en sazón sus uvas.” El ángel metió su hoz y vendimió la viña de la tierra; y lo echó todo en el gran lagar del furor de Dios.

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