IMPLORAR EL AMOR A DIOS

“¡Oh, Señor! Si tan sólo pudiera trazarte en mi corazón, grabarte en lo más íntimo de mi corazón y de mi alma con letras doradas, para que nunca te borraras” (Beato Enrique Suso).

¿Cómo podría nuestro Padre desoír una súplica tan ardiente que nace de lo más profundo del corazón? ¿Cómo podría negarle este deseo? Es imposible, porque estas palabras tan profundas y tan santas no pueden sino brotar del Espíritu Santo que inhabita en el corazón. Una vez que las haya pronunciado, el Padre se apresurará a cumplir su deseo.

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Obediencia a los preceptos del Señor (Parte I)

Mt 19,3-12

Se le acercaron a Jesús unos fariseos que, para ponerle a prueba, le preguntaron: “¿Puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera?” Él respondió: “¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y mujer, y que dijo: ‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne’? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre.” Le preguntaron: “¿Por qué entonces prescribió Moisés dar acta de divorcio y repudiarla?” Les respondió: “Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres a causa de la dureza de vuestro corazón. Pero al principio no fue así.

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