“En paz me acuesto y en seguida me duermo,
porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo” (Sal 4,9).
¡Dichoso aquel que aplica estas palabras del salmo! No temerá “el espanto nocturno” (Sal 90,5), y aunque los sueños inquietantes quieran perturbarlo, no perderá la paz del corazón, porque sabe que el Señor vela sobre él.