Lecciones del Señor

Mc 10,32-45

Mientras iban de camino subiendo a Jerusalén, Jesús precedía a sus discípulos y ellos estaban sorprendidos: los que le seguían tenían miedo. Tomó de nuevo consigo a los doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: “Mirad, subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles; se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero después de tres días resucitará.”

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DIOS NOS AMÓ PRIMERO

“Nosotros amamos, porque Él nos amó primero” (1Jn 4,19).

Debemos tener en claro que el amor a Dios no se define en primera instancia por los sentimientos. Éstos suelen ser muy efímeros y pueden cambiar de un momento al otro. También sucede con frecuencia que sentimos que nuestro corazón está frío y, por tanto, tememos que no estamos amando suficientemente a nuestro Padre.

Aquí entra en juego nuestra voluntad: queremos amar a Dios. La carta de San Juan nos da la razón más convincente: Porque Él nos amó primero.”

Se trata, pues, de corresponder a nuestro Padre, cuyo amor por nosotros precede a nuestro amor por Él. Una joven me lo expresó de forma muy hermosa. Me dijo: “Yo quiero amar al Señor tanto como Él merece”.

Podríamos encontrar un sinnúmero de razones por las que debemos amar al Señor, razones por las que Él merece ser amado. Pero, a fin de cuentas, volveremos siempre al punto de partido: Porque Él nos amó primero.” Esta es la mayor razón para amarle, buscarle y servirle con toda nuestra voluntad.

También es una respuesta sencilla para cuando las personas nos pregunten por qué amamos a Dios. Es posible que, a partir de ahí, se interesen por saber más, de modo que podamos entablar una fructífera conversación.

Y este amor a nuestro Padre Celestial también debe extenderse a nuestros hermanos, como nos dice San Juan más adelante en su carta:

“Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, que ame también a su hermano” (1Jn 4,21).