“Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna; prendado está el rey de tu belleza: póstrate ante él, que él es tu señor” (Sal 44,11-12).
¡He aquí el llamado del Rey Celestial a darle nuestro amor indiviso! Estos versos expresan el anhelo del Padre por el alma del hombre, a la que quiere convertir en una reina en su Reino de amor, si tan sólo ella inclina el oído, escucha su llamado y deja todo atrás para seguir al Señor. Entonces, el alma recibe su más noble dignidad de manos del Padre Celestial, quien la adorna espléndidamente y la reviste con un vestido “de perlas y brocado” (cf. Sal 44,14-15).