LA MISERICORDIA DEL SEÑOR  ABARCA A TODO EL MUNDO

“La misericordia del hombre sólo alcanza a su prójimo, la misericordia del Señor abarca a todo el mundo” (Sir 18,13).

El amplio Corazón de nuestro Padre tiene en vista a todos los hombres de todos los tiempos. A nadie excluye de su amor; sólo el hombre mismo puede rechazarlo y darle la espalda. Nuestro amor humano, en cambio, es limitado y a menudo se dirige sólo a nuestro prójimo.

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Anunciad el Evangelio a toda creatura

Mc 16,15-20

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará. A los que crean acompañarán estos milagros: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes con las manos y, si bebieran algún veneno, no les dañará; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán curados.” El Señor, Jesús, después de hablarles, se elevó al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Y ellos, partiendo de allí, predicaron por todas partes, y el Señor cooperaba y confirmaba la palabra con los milagros que la acompañaban.

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MARAVILLAS MEMORABLES

“Ha hecho maravillas memorables, el Señor es piadoso y clemente” (Sal 110,4).

No sólo los grandes portentos que el Señor realizó en la historia del Pueblo de Israel deben permanecer grabados en nuestra memoria; sino que cada día suceden ante nuestros ojos incontables maravillas de nuestro Padre, que han de despertar en nosotros la gratitud y el amor que corresponden. Si las pasamos por alto, entonces no somos capaces de percibir realmente la amorosa Providencia de nuestro Padre y, en consecuencia, nuestro corazón no se eleva tan fácilmente a Él. Por ello, el salmista nos exhorta: “Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios” (Sal 102,2).

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La luz del Hijo de Dios

Jn 12, 44-50

En aquel tiempo, Jesús gritó diciendo: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga entre tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no es capaz de guardarlas, yo no le juzgo, pues no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza y no acoge mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la palabra que yo he pronunciado lo juzgará el último día; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo es lo que el Padre me ha dicho a mí.”

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Nadie puede arrebatarlas de mi mano

Jn 10,22-30

Se celebraba por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Los judíos lo rodearon y le preguntaron: “¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente.” Jesús les respondió: “Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.”

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UN SABIO CONSEJO

“Mi pasado ya no me preocupa; pertenece a la misericordia divina. Mi futuro no me preocupa todavía; pertenece a la providencia divina. Lo que me preocupa y me exige es el hoy, que pertenece a la gracia de Dios y a la entrega de mi corazón, de mi buena voluntad” (San Francisco de Sales).

Si nos tomamos en serio estas palabras de San Fransciso de Sales, podremos deshacernos de muchas cargas que agobian nuestra vida y despertaremos al “ahora”, por así decirlo.

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La guía del Espíritu Santo

Hch 11,1-18

En aquellos días, los apóstoles y los hermanos residentes en Judea oyeron que también los gentiles habían aceptado la palabra de Dios. Cuando Pedro subió a Jerusalén, los (partidarios) de la circuncisión se lo reprochaban, diciéndole: “Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos.” Pedro entonces se puso a explicarles todo punto por punto: “Estaba yo en oración en la ciudad de Jope, cuando tuve una visión en éxtasis: un objeto parecido a un gran lienzo, atado por las cuatro puntas, bajaba del cielo y llegó hasta mí. Lo miré atentamente y vi en él cuadrúpedos, bestias, reptiles y aves.

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NUESTRO PADRE SE VALE DE NUESTRAS CAÍDAS 

“A menudo el Señor permite que caigamos para que el alma se vuelva humilde” (Santa Teresa de Ávila).

El amor de nuestro Padre –siempre pendiente de la salvación de nuestra alma– sabe integrar en su plan de salvación incluso las debilidades de nuestra naturaleza humana. Esta certeza es muy reconfortante, porque generalmente no podemos superar nuestras debilidades de un día para otro, sino que tenemos que luchar durante mucho tiempo y contar con la ayuda del Señor hasta lograr refrenarlas al menos medianamente. La perspectiva de que Dios es capaz de sacar provecho de nuestras caídas –que a menudo nos resultan dolorosas, vergonzosas y humillantes– nos da esperanza y confianza en nuestro Padre.

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Los pastores deben estar vigilantes

Jn 10,11-18

En aquel tiempo, dijo Jesús: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, que no es propietario de las ovejas, abandona las ovejas y huye, cuando ve venir al lobo; y el lobo hace presa en ellas y las dispersa. Como es asalariado, no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí; del mismo modo, el Padre me conoce y yo conozco a mi Padre, y doy mi vida por las ovejas.

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