“A menudo el Señor permite que caigamos para que el alma se vuelva humilde” (Santa Teresa de Ávila).
El amor de nuestro Padre –siempre pendiente de la salvación de nuestra alma– sabe integrar en su plan de salvación incluso las debilidades de nuestra naturaleza humana. Esta certeza es muy reconfortante, porque generalmente no podemos superar nuestras debilidades de un día para otro, sino que tenemos que luchar durante mucho tiempo y contar con la ayuda del Señor hasta lograr refrenarlas al menos medianamente. La perspectiva de que Dios es capaz de sacar provecho de nuestras caídas –que a menudo nos resultan dolorosas, vergonzosas y humillantes– nos da esperanza y confianza en nuestro Padre.