Nuestro Padre no quiere que perezcamos.
¡Nadie mejor que Él sabe cuán frágiles somos y cuántos peligros nos rodean! Por todas partes nos acechan los ataques: en nosotros mismos por nuestra naturaleza caída, en el mundo por sus seducciones, por los enemigos y la envidia del diablo, que busca hacernos daño.