“A nadie el Señor ha mandado ser impío, a nadie ha dado licencia de pecar” (Sir 15,20).
No nos dejemos engañar, sea quien sea que quiera enseñarnos cosas falsas e inducir a error a las personas, relativizando así la verdad.
Dios rechaza el mal y no hay en Él sombra alguna (St 1,17). Por más que Dios ame al pecador y su propio Hijo haya dado la vida por él, para que se convierta y viva, nuestro Padre rechaza contundentemente el pecado y la maldad. Aquí no hay ambigüedad ni puede haber confusión. Jesús, el Santo y sin pecado, cargó los pecados del mundo; pero él mismo nunca pecó y jamás puede querer que el hombre peque.