Alzando sus ojos al cielo, Jesús dijo: “Padre, glorifica a tu Hijo (…), por cuanto le diste autoridad sobre todo ser humano, para que Él dé vida eterna a todos los que Le has dado. Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Jn 17,2-3)
El Padre le ha dado a su Hijo el poder sobre todo ser humano. Sabemos de qué tipo de poder se trata: es el “poder del amor”. Cuando los fieles doblan sus rodillas ante Jesús, se postran ante un Rey que dio su vida por ellos y obtuvo así poder sobre sus corazones. Más que servir al Señor por temor a su majestad, nos adherimos a Él con gran amor.