“El Señor reprende a quien ama, como un padre a su hijo amado” (Prov 3,12).
Nuestro Padre no sólo nos rodea con su amor cálido, tierno y providente, que nos confiere la seguridad en nuestra existencia; sino que, movido por este mismo amor, también nos reprende y corrige, mostrándose así como nuestro Padre, que nos ama como a hijos.