“No tengas miedo de llamar a las cosas por su nombre” (Palabra interior).
A nuestro Padre le encanta que seamos sinceros y transparentes, pues así mismo es Él. Cualquier cosa torcida o complicada, cualquier actitud carente de transparencia es y sigue siendo ajena a su ser. El Señor nos pone como ejemplo la sencillez de los niños: “Si no (…) os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18,3). También nos exhorta a ser claros en nuestras palabras: “Que vuestro modo de hablar sea: ‘Sí, sí’; ‘no, no’. Lo que exceda de esto, viene del Maligno” (Mt 5,37).