“Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna; prendado está el rey de tu belleza: póstrate ante él, que él es tu señor” (Sal 44,11-12).
Estos versos del salmo despliegan su más sublime belleza cuando los entendemos como una llamada de nuestro Padre a seguirle sin reservas y a ponernos de lleno a su servicio. Esta belleza cobra vida cuando vemos una vocación religiosa: por ejemplo, alguien que se siente llamado a seguir al Señor en un monasterio contemplativo.