“Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras: que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor” (Sal 103,31.34).
¡Qué maravilloso es cuando, en vez de mirarnos a nosotros mismos, aprendemos a centrar nuestro corazón en Dios; cuando ya no pasamos tan ocupados con nosotros mismos, sino que procuramos hacer aquello que agrada al Señor! En efecto, cuando empezamos a buscar agradarle, cuando le preguntamos a nuestro Padre Celestial cómo podemos causarle alegría hoy, nuestros ojos se levantan y podemos encontrar fácilmente la “pista de oro” que marcará nuestro día.