UNA DE NUESTRA RAZA

“El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su Nombre es santo” (Lc 1,49).

Estas sublimes palabras brotan de los labios de la Santísima Virgen, y por toda la eternidad serán inolvidables.

¡Qué maravilloso fue el designio de nuestro Padre Celestial para su obra de salvación! No quiso que su Hijo divino simplemente bajara del cielo como el gran triunfador que nos mostrase su poder y majestad. No, Dios escogió a una mujer para venir a este mundo, convirtiéndola en Madre de su Hijo, el Redentor de todos los hombres.

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Guiados por el Espíritu de Dios

Rom 8,12-17

Hermanos míos, nosotros no somos deudores de la carne para vivir según la carne, pues, si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. En efecto, todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con él glorificados.

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