“El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su Nombre es santo” (Lc 1,49).
Estas sublimes palabras brotan de los labios de la Santísima Virgen, y por toda la eternidad serán inolvidables.
¡Qué maravilloso fue el designio de nuestro Padre Celestial para su obra de salvación! No quiso que su Hijo divino simplemente bajara del cielo como el gran triunfador que nos mostrase su poder y majestad. No, Dios escogió a una mujer para venir a este mundo, convirtiéndola en Madre de su Hijo, el Redentor de todos los hombres.