LAS VERDES PRADERAS DE DIOS

¡Con cuánta abundancia nos provee el Padre! Así como nos da el pan de cada día, también alimenta nuestra alma con el pan espiritual que necesitamos. Día a día nos habla a través de su santa Palabra. Día a día su voz susurra a nuestro corazón, bendiciéndonos con su presencia. Día a día el sacrificio de Cristo es actualizado en los altares, para que el fruto de la Redención sea brindado a las personas en el “pan de los ángeles”. Y, no obstante, tristemente es muy cierto lo que nos dice el Padre en su Mensaje:

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La Creación espera la manifestación de los hijos de Dios

Rom 8,18-25

Hermanos: Yo estoy convencido de que los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Incluso la creación espera ansiosa y desea vivamente la manifestación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la caducidad, no espontáneamente, sino por voluntad de aquel que la sometió; pero latía en ella la esperanza de verse liberada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera viene gimiendo hasta el presente y sufriendo dolores de parto.

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UNA DE NUESTRA RAZA

“El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su Nombre es santo” (Lc 1,49).

Estas sublimes palabras brotan de los labios de la Santísima Virgen, y por toda la eternidad serán inolvidables.

¡Qué maravilloso fue el designio de nuestro Padre Celestial para su obra de salvación! No quiso que su Hijo divino simplemente bajara del cielo como el gran triunfador que nos mostrase su poder y majestad. No, Dios escogió a una mujer para venir a este mundo, convirtiéndola en Madre de su Hijo, el Redentor de todos los hombres.

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Guiados por el Espíritu de Dios

Rom 8,12-17

Hermanos míos, nosotros no somos deudores de la carne para vivir según la carne, pues, si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. En efecto, todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con él glorificados.

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“¡TEN EL VALOR DE SER COMO ERES!”

“Ten el valor de ser como Yo te creé y como quiero formarte. Entonces Yo viviré en ti y tomaré forma en tu vida” (Palabra interior).

No pocas veces sucede que las personas se sienten presionadas por diversas expectativas que otros tienen de ellas sobre cómo consideran que deberían ser. Pero estos ideales, ya sean de ciertas personas o de la sociedad a nivel general, no necesariamente ayudan a encontrar la propia identidad. Tal vez uno mismo también se haya creado imágenes de cómo cree que debe ser ante los demás. Todas estas expectativas pueden convertirse en una gran presión, sobre todo cuando se trata de una identidad ficticia, que no corresponde a la esencia más profunda de la persona. Así, ella puede llegar hasta el punto de vivir en la constante tensión de tener que cumplir un ideal que no es su verdadera identidad. Esto puede suceder también en el ámbito religioso.

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Verdadera conversión

1Tes 1,5c-10

Hermanos: sabéis cómo nos portamos entre vosotros, trabajando siempre a vuestro favor. Por vuestra parte, os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, abrazando la palabra con el gozo que os proporcionaba el Espíritu Santo, en medio de numerosas tribulaciones. De esta manera os habéis convertido en modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Partiendo de vosotros, en efecto, ha resonado la palabra del Señor, y vuestra fe en Dios se ha difundido no sólo en Macedonia y en Acaya, sino por todas partes, de manera que nada nos queda por decir.

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CAUTIVO DEL AMOR

“Padre divino, bondad infinita que se derrama sobre todos los pueblos, ¡que todos los hombres te conozcan, te honren y te amen!” (Antífona del Oficio a Dios Padre).

Cuando la paz de nuestro Padre desciende como rocío sobre la Tierra y penetra en las almas, cuando los hombres empiezan a conocer, honrar y amar a Dios, también se vuelven receptivos a su bondad que se derrama sobre todos los pueblos.

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Reflexión sobre la Iglesia

Ef 2,19-22

Hermanos: Vosotros ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas. Y la piedra angular es Cristo mismo, en quien toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor, en quien también vosotros con ellos estáis siendo edificados, para ser morada de Dios mediante el Espíritu.

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LA PAZ DE NUESTRO PADRE

“Padre divino, esperanza amorosa de nuestras almas, ¡que todos los hombres te conozcan, te honren y te amen!” (Antífona del Oficio a Dios Padre).

Esta antífona sintetiza el gran deseo que expresa el Padre en el Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio. Puede convertírsenos en una súplica incesante a Dios, pidiéndole que conduzca a los hombres a esta decisiva conclusión.

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El combate contra la carne

Rom 7,18-25

Sé muy bien que no es bueno eso que habita en mí, es decir, en mi carne; porque el querer lo bueno lo tengo a mano, pero el hacerlo, no. El bien que quiero hacer no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago. Entonces, si hago precisamente lo que no quiero, señal que no soy yo el que actúa, sino el pecado que habita en mí. Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las manos. En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero percibo en mi cuerpo un principio diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo. ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte? Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias. Así, pues, soy yo mismo quien, con la razón, sirvo a la ley de Dios, y, con la carne, a la ley del pecado. leer más