“Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla” (Sal 26,3).
Aunque los ejércitos que avanzan contra nosotros no sean visibles, no son menos reales que aquellos que se enfrentan en una guerra física. Estamos rodeados de enemigos invisibles, que quieren desviarnos del camino de la salvación y, si no lo consiguen, al menos procuran ponernos obstáculos. Esto es lo que describe el Apóstol San Pablo en la Carta a los Efesios:
“Nuestra lucha no es contra la sangre o la carne, sino (…) contra los espíritus malignos que están en los aires” (Ef 6,12).