Conocer, honrar y amar al Padre…
Estas tres cosas nos pide nuestro Padre Celestial en la relación con Él. Las tres están relacionadas entre sí. Cuanto más conozcamos al Padre, tanto más lo honraremos y amaremos.
Conocer, honrar y amar al Padre…
Estas tres cosas nos pide nuestro Padre Celestial en la relación con Él. Las tres están relacionadas entre sí. Cuanto más conozcamos al Padre, tanto más lo honraremos y amaremos.
Mt 5,20-26
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás, pues el que mate será reo ante el tribunal.’ Pues yo os digo que todo aquel que se encolerice contra su hermano será reo ante el tribunal; el que llame a su hermano ‘imbécil’ será reo ante el Sanedrín; y el que le llame ‘renegado’ será reo de la Gehenna de fuego.
Conocer, honrar y amar al Padre…
¿Cómo no mencionar el incomparable conocimiento del Padre que adquirimos a través de su Hijo? Cada una de las palabras y gestos de Jesús, plasmados en la Escritura o transmitidos por Tradición, da testimonio de nuestro Padre Celestial.
2Cor 3,4-11
Ésta es la confianza que tenemos ante Dios, gracias a Cristo. Pues nosotros no podemos atribuirnos cosa alguna, como si fuera nuestra, ya que nuestra capacidad viene de Dios. Él nos capacitó para ser ministros de una nueva alianza, no de la letra, sino del Espíritu, pues la letra mata, mas el Espíritu da vida.
Conocer, honrar y amar al Padre…
Cuando haya crecido la relación confiada entre el Padre y nosotros; es decir, cuando lo hayamos conocido más a profundidad, notaremos cómo Dios empieza a hacernos partícipes de los deseos de su corazón. Nos hará comprender que debemos ir junto a Él en busca de las “ovejas perdidas” de la humanidad, para conducirlas de regreso a la casa del Padre.
Mt 5,13-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino en el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y alaben a vuestro Padre que está en los cielos.”
Conocer, honrar y amar al Padre…
El conocimiento de nuestro Padre a través de sus detalles diarios para con nosotros, de su Palabra y de la riqueza de los santos sacramentos pretende llevarnos paso a paso a entender que toda nuestra existencia se debe al gran SÍ de Dios a nosotros. Este gran SÍ no sólo es válido a nivel general para todos los hombres, sino que tiene un carácter sumamente personal: “Te llamé por tu nombre, y eres mío” (Is 43,1). Es este amor paternal de Dios el que se dirige a cada uno de nosotros de forma directa, queriendo entrar en aquella relación de amor única, que sólo es posible vivir en toda su plenitud con Dios mismo.
Mt 5,1-12
Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó y se le acercaron sus discípulos; y abriendo su boca les enseñaba diciendo: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.”
Conocer, honrar y amar al Padre…
Es necesario que sepamos percibir en nuestra vida diaria la amorosa atención y delicadeza de Dios para con nosotros. Cuando nos sabemos amados por una persona, notamos con gratitud hasta sus más mínimos y a veces insignificantes gestos de amor. Éstos nos hablan de aquella persona, de modo que, al percibirlos, aprendemos a conocerla mejor. Con el paso del tiempo, quizá podamos entender que sus detalles para con nosotros no son sólo gestos transitorios o esporádicos; sino que brotan del corazón de aquella persona.
Mt 9,9-13
En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y le siguió. En cierta ocasión, estando él a la mesa en la casa, vinieron muchos publicanos y pecadores, que se sentaron a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos, dijeron a los discípulos: “¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?” Mas él, al oírlo, dijo: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Id y aprended qué sentido tiene: ‘Misericordia quiero y no sacrificio’; porque no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores.”