“Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti; ¡ojalá me escuchases Israel! No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero” (Sal 80,9-10).
Estas palabras de nuestro Padre no son menos importantes para nosotros hoy que en su tiempo para el Pueblo de Israel. Si obedecemos a nuestro Padre, su Espíritu puede modelar fácilmente nuestra vida, porque el Señor quiere llegar a la unión de corazones con nosotros. Para ello, el prerrequisito indispensable es que le escuchemos y obedezcamos.