“Coloca, Señor, una guardia en mi boca, un centinela a la puerta de mis labios” (Sal 140,3).
¿Quién puede controlar su lengua? El Apóstol Santiago nos responde: “Ningún hombre es capaz de domar su lengua. Es un mal siempre inquieto y está llena de veneno mortífero” (St 3,8).