“Aunque mi padre y mi madre me abandonen, Él me acogerá” (Sal 26,10).
Hasta el más amargo sufrimiento humano está albergado en las manos de Dios. Podríamos añadir a las palabras del salmo: “Aunque todos los hombres me rechazaran y me señalaran con el dedo, el Señor me acogerá.”