“El tiempo es oro. Aprovéchalo a plenitud” (Palabra interior).
Nuestro Padre Celestial nos ha encomendado el breve tiempo de nuestra vida terrena para que lo empleemos alabándolo y sirviéndole como verdaderos hijos. Aunque “nuestros años se acaban como un suspiro” (Sal 89,9), son tiempo suficiente para atesorar tesoros imperecederos en el cielo (Mt 6,20). El grado de cercanía que tengamos con nuestro Padre en la eternidad dependerá también de qué tanto respondamos a su amor y trabajemos en su Reino durante esta vida.