“Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1Jn 2,15).
Como nos dice el Evangelio, “nadie puede servir a dos señores” (Mt 6,24). Nuestro corazón ha de pertenecer indivisamente al Padre Celestial, y entonces aprenderemos a amar al mundo con el amor del Padre: “Tantó amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito” (Jn 3,16).