“El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad” (Sal 144,8).
Una de las maravillosas cualidades de nuestro Padre es su longanimidad. Él nos espera con paciencia. Una y otra vez les ofrece a los hombres la posibilidad de convertirse y lucha hasta el último momento para salvarlos.