“He disipado como niebla tus transgresiones, como nube tus pecados. ¡Vuélvete a mí, pues te he redimido!” (Is 44,22).
Esto es lo que podemos esperar especialmente en el Tiempo de Cuaresma que ha iniciado, porque nuestro Padre cumple sus promesas.
“He disipado como niebla tus transgresiones, como nube tus pecados. ¡Vuélvete a mí, pues te he redimido!” (Is 44,22).
Esto es lo que podemos esperar especialmente en el Tiempo de Cuaresma que ha iniciado, porque nuestro Padre cumple sus promesas.
El santo itinerario de la Cuaresma también incluye –siempre que sea posible– el ayuno corporal y la renuncia a ciertas cosas.
Con ello, nos ejercitamos en una ascesis provechosa para la vida espiritual. Si se la practica de forma apropiada, se hacen realidad las palabras de uno de los Prefacios cuaresmales:
“Porque con el ayuno corporal refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa, por Cristo, Señor nuestro.”
Nuestro Padre nos llama a volver a casa…
La conversión significa abrirse al amor y a la bondad de Dios, alejarse de los caminos equivocados o inútiles, volverse de corazón al Señor.
Hoy inicia el itinerario de los 40 días, que nos llama a prepararnos para la celebración de la mayor fiesta en la Iglesia: la victoriosa Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Llenos de alegría exclamaremos: “¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde, infierno, tu aguijón?” (1Cor 15,55). ¡El Señor ha resucitado de entre los muertos!
Es muy importante asimilar la gracia de este tiempo litúrgico, para que sea un verdadero camino que recorrer hasta la Pascua. Llamémoslo el “santo itinerario de la Cuaresma”.
“Confiádselo todo a mi Madre” (Palabra interior).
Al considerar los regalos más grandes que el Padre Celestial nos ha concedido a los hombres, nuestra mirada se posa en la Virgen María, la Madre de su Hijo divino.
Sir 2,1-11
Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme, y no te angusties en tiempo de adversidad. Adhiérete a él, no te separes, para que seas exaltado en tu final. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en las humillaciones. Porque el oro se purifica en el fuego, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación.
“Mándala [la sabiduría] de tus santos cielos y de tu trono de gloria envíala, para que me asista en mis trabajos y venga yo a saber lo que te es grato” (Sab 9,10).
Día a día deberíamos hacer nuestra esta oración de Salomón, para poder reconocer mejor lo que agrada a Dios.
Sir 1,1-10
Toda sabiduría viene del Señor y está con él por siempre. La arena de los mares, las gotas de la lluvia y los días del mundo, ¿quién los contará? La altura de los cielos, la anchura de la tierra y la profundidad del abismo, ¿quién las escrutará? ¿Quién ha escrutado la sabiduría de Dios, que es anterior a todo? Antes que todo fue creada la sabiduría, y la inteligencia prudente desde la eternidad.
“Ellos [los santos ángeles] serán tus más fieles amigos y te asistirán en todo” (Palabra interior).
Nuestro Padre no sólo nos acompaña Él mismo y habita en nosotros, sino que además envía a sus santos ángeles para que tengamos comunión con ellos. Él quiere que sean nuestros acompañantes y que estén unidos a nosotros en su amor. Hemos de tener una verdadera amistad con ellos y deleitarnos en estos poderosos ayudantes.
Mt 5,38-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo que no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra; al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla, vete con él dos.