“Tú me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos” (Sal 138,2).
Sabiendo que Tú, amado Padre, nos creaste por amor y nos encomendaste una misión en este mundo, podemos movernos libremente ante ti, como hijos redimidos. Nuestra sujeción a ti nos hace libres para vivir en este mundo y tratar con él conforme a tu Voluntad.