“Conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos, cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra” (Sal 138,15).
Cuando fuimos marcados con la cruz de ceniza, escuchamos las palabras: “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás” (cf. Gen 3,19). Son palabras que nos sitúan en toda nuestra condición de criaturas, pues de Dios venimos y a Él volvemos. Nuestro cuerpo será transformado para la vida eterna. Esta es otra de las obras de nuestro amado Padre que aún esperamos, porque “es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad” (1Cor 15,55).