“Él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro” (Sal 102,14).
¡Qué bueno y reconfortante es el hecho de que nuestro Padre nos conozca tan bien! Nada está oculto ante Él, y lo maravilloso es que siempre podemos acercarnos llenos de confianza a Él. Ante Dios nadie puede gloriarse (cf. Ef 2,9), y eso es bueno para contrarrestar nuestro orgullo.