“¡Tened valor, y firme el corazón, vosotros, los que esperáis en el Señor” (Sal 30,25).
Una y otra vez el Señor nos da ánimo, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Fácilmente sucede que, ante tanta miseria y aflicción que vemos en este mundo, nos sentimos impotentes. Esto ocurre aún más cuando percibimos nuestras propias debilidades y limitaciones.