“Sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo” (Sal 30,5).
El salmista no se refiere aquí a la red del amor, aquella que los discípulos del Señor han de echar en el mundo para conquistar almas para el Reino de Dios (Mt 4,19).
“Sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo” (Sal 30,5).
El salmista no se refiere aquí a la red del amor, aquella que los discípulos del Señor han de echar en el mundo para conquistar almas para el Reino de Dios (Mt 4,19).
Apenas habías llegado al mundo, oh Divino Niño, cuando Tus padres tuvieron que huir contigo a Egipto. Es admirable la obediencia de Tu padre adoptivo, San José, al partir de inmediato en cuanto hubo recibido esta orden en un sueño (Mt 2,13-14).
El esfuerzo, las fatigas y adversidades, el sufrimiento y la muerte caracterizan este mundo como consecuencia del pecado, y estaríamos para siempre perdidos si no fuera porque Tú viniste a nosotros y nos trajiste la luz de la esperanza.