“En ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz” (Sal 36,10).
Nuestro Padre quiere abrir nuestros ojos para que podamos ver. Como se relata en el Evangelio, nuestro Señor devuelve la vista a los ciegos (Mc 10,46-52). Pero un regalo aún más grande de su amor es concedernos la luz de la fe, abrir nuestros ojos espirituales y permitirnos ver con los ojos de Dios. ¡Qué diferencia con respecto a la ceguera espiritual, que impide a las personas encontrar el camino hacia Dios! Y aún más fuerte es la ceguera espiritual cuando los hombres viven en pecado. ¡Que el Señor los arrebate del poder de las tinieblas (Col 1,13) y los conduzca a su luz admirable (1Pe 2,9)!