“Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida y habitaré en la casa del Señor por años sin término” (Sal 23,6).
El salmista expresa lo que el Padre Celestial ha dispuesto para nosotros, los hombres, y que podemos reconocer por la fe: es el gran “sí” de Dios a nuestra existencia; un “sí” que se nos manifiesta de diversas maneras. Es un “sí” que jamás revoca, después de haberlo pronunciado de una vez y para siempre sobre nuestra vida. Incluso la persona que rechaza a Dios atestigua con su sola existencia el “sí” de Dios sobre ella.