“Envía tu sabiduría desde el santo cielo, mándala desde tu trono glorioso, para que me acompañe en mis tareas y pueda yo conocer lo que te agrada” (Sab 9,10).
El Padre no sólo envió a su Hijo al mundo; sino que, junto con el Hijo, envió también al Espíritu Santo, para que nos conduzca a la verdad plena (Jn 16,13).