“Mira, he abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar” (Ap 3,8).
Estas palabras dirigidas al “ángel de la iglesia de Filadelfia” se extienden a todos aquellos que han acogido la invitación de Dios. La puerta hacia el Corazón del Padre está abierta de par en par, de modo que pueden acudir a Él todos los hombres que han emprendido la senda de la salvación. El Señor resucitado, que volverá sobre las nubes del cielo, nos asegura que esta puerta abierta al Corazón del Padre no podrá cerrarla nadie: ni los principados, ni las potestades, ni los dominadores de este mundo tenebroso (cf. Ef 6,12), por más que intenten engañar a los hombres y alejarlos del camino de Dios.