El Señor nos dice: “Atesorad tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan ni roban” (Mt 6,20). ¡Sabemos lo que nos quiere decir! En efecto, todo lo que hacemos movidos por el verdadero amor se convierte en el oro más precioso en la tesorería celestial.
Pero también nuestro Padre tiene un tesoro: son los corazones de los hombres que le pertenecen.
“Tu corazón me pertenece, y ése es mi mayor tesoro en la Tierra.” (Palabra interior)