Todas las personas han de cobrar consciencia de que tienen un Padre amantísimo. Es ésta la realidad objetiva sobre la cual se cimentan sus vidas. Sólo al interiorizar esta certeza podrán despertar a la plenitud de la vida (cf. Jn 10,10b).
Es el Padre Celestial quien puede sanar todas nuestras heridas y hacernos descubrir el sentido amoroso de nuestra existencia, al dársenos a conocer. ¡Aquí reside la verdadera felicidad del hombre!