Hoy, en la Fiesta de Pentecostés, celebramos el descenso del Espíritu Santo.
¡Qué extraordinario cambio vemos en los apóstoles! Ellos, que eran pusilánimes y temerosos, se convierten, gracias a la presencia del Espíritu Santo, en potentes mensajeros del amor de Dios; y proclaman intrépidamente el Evangelio. El gran milagro de que cada uno de los oyentes –procedentes de los más diversos rincones del mundo– podía entender el mensaje de los apóstoles en su propia lengua (cf. Ap 1,8), era un signo para el futuro. Fue como si por un momento se hubiese abolido la confusión de lenguas, para que, al anunciar los apóstoles las maravillas de Dios, todos los hombres pudiesen escucharlas.