Meditaciones sobre el Espíritu Santo (10/14): LA CASTIDAD

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Espíritu Santo, hoy vengo ante ti con una intención especial y te presento un problema que oscurece la vida de tantas personas. Se ha perdido la sensibilidad por la castidad, y a muchos les parece ser solamente una reliquia del pasado. Si se habla sobre la pureza, frecuentemente uno se choca con una total incomprensión, e incluso en círculos de la Iglesia podremos encontrarnos con personas que nos miran con lástima y nos consideran anticuados porque aún creemos en la castidad… ¡Pero en realidad es un fruto que brota de la vida contigo, oh Espíritu Santo, y es un maravilloso regalo que realza sobremanera la dignidad de la persona!

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Meditaciones sobre el Espíritu Santo (9/14): LUZ EN LA OSCURIDAD

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Ven, Espíritu Santo, ilumínanos, pues Tú eres la luz que esclarece nuestra oscuridad. Aparta de nosotros toda ceguera espiritual, para que podamos reconocerte mejor y sepamos percibir la realidad a tu luz. Y es que hay una gran diferencia entre ver la realidad simplemente en su dimensión natural, o saber reconocer tu obra en todo.

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Meditaciones sobre el Espíritu Santo (8/14): LA PAZ

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Amado Espíritu Santo, uno de tus maravillosos frutos es la paz. Es una paz que el mundo no puede dar (cf. Jn 14,27), pero tampoco puede arrebatar. Se trata, entonces, de una paz distinta a la que usualmente conocemos; una paz que permanece.

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Meditaciones sobre el Espíritu Santo (7/14): LA AMABILIDAD

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Espíritu Santo, de ti se dice que eres un espíritu amable y amante de los hombres, y uno de los frutos que Tú haces crecer en las almas es precisamente la amabilidad.

La amabilidad es una actitud tan agradable en una persona, con la que fácilmente podrá conquistar al otro, haciéndole sentir amado y respetado. Si es una amabilidad sin falsedad ni hipocresía –y sin duda lo será si crece en el alma como fruto de tu obra–, se convierte en un sol en la vida del hombre. La amabilidad refleja la actitud con la que Dios viene a nuestro encuentro, pues Él no sólo quiere que lo reconozcamos como nuestro Padre, sino que además quiere ser nuestro cercano amigo.

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Meditaciones sobre el Espíritu Santo (6/14): LA ALEGRÍA

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Amado Espíritu Santo, uno de los más bellos frutos que Tú haces crecer en nosotros es la alegría. Es aquella alegría que, al igual que el amor, hace que todo sea más fácil y vence el peso que tantas veces trae consigo la vida; una alegría que es espiritualmente contagiosa, y puede darle un rayo de luz y algo de consuelo a la otra persona, siempre y cuando ella no se cierre.

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Meditaciones sobre el Espíritu Santo (5/14): LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

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Amado Jesús, ¡qué alegría habrá sido para ti volver al Padre después de haber consumado tu obra! Por un breve tiempo fuiste hecho inferior a los ángeles (cf. Hb 2,9), pero ahora vuelves a la gloria en plenitud, con la cual retornarás al Final de los Tiempos.

Tú habías anunciado la venida del Paráclito (cf. Jn 16,7), que nos convierte en testigos tuyos hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8).

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Meditaciones sobre el Espíritu Santo (4/14): EL DOMINIO DE SÍ MISMO

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Amado Espíritu Santo, en el principio Tú aleteabas sobre las aguas y transformaste el caos en orden (cf. Gen 1,2). Ahora, también quieres traer orden al caos causado por el pecado: orden en nuestra vida interior y exterior. Fue tanto lo que se alborotó con el pecado original y los consiguientes pecados personales, a tal punto que tu amigo Pablo gemía al advertir esta ley en sus miembros que luchaba contra la ley de su espíritu, y que lo esclavizaba bajo la ley del pecado (cf. Rom 7,23). Junto con él, también nosotros gemimos: “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte…?” (Rom 7,24)

¡Pero esta situación no ha de permanecer así! ¡Debemos recuperar el dominio sobre nosotros mismos y no ser esclavos de nuestras pasiones y sentimientos! Nuestro Padre lo había dispuesto tan maravillosamente: Su Espíritu iluminaba nuestro espíritu humano, éste activaba a la voluntad, y todos los impulsos naturales estaban al servicio de las potencias superiores.

Pero ahora, Amado Espíritu Santo, las pasiones se rebelan contra nosotros, reflejando la Creación caída, que se rebela contra Dios. A esto vienen a añadirse, además, los espíritus caídos, que intentan confundirnos y obstaculizar los caminos de salvación de Dios.

¡Pero esta situación no ha de permanecer así!  

Oh Espíritu Santo, introdúcenos en la escuela del dominio de sí; enséñanos, a través de una prudente ascesis, a recuperar paso a paso el señorío sobre nosotros mismos. Si queremos crecer espiritualmente en el camino contigo, no podremos rehuir de este combate.

A Tu amigo San Benito, el padre de los monjes, le recomendaste la medida apropiada, para hallar equilibrio en la vida monástica: Ni demasiado ni muy poco. ¡Qué consejo tan sabio! Si lo acogemos y lo ponemos en práctica, aprenderemos a percibir con sensibilidad el camino a seguir, y seremos instruidos con prudencia en la continencia, porque con tanta facilidad perdemos la medida justa y caemos de un extremo al otro.

Pero, Amado Espíritu Santo, a veces tenemos que hacernos violencia, cuando nuestra concupiscencia nos provoca, presentándonos todo tipo de seducciones y queriendo embriagar nuestros sentidos. Muchas veces el enemigo de la humanidad se vale de esta concupiscencia y la acrecienta aún más, y tenemos que defendernos intensamente y luchar por nuestra libertad.

Pero no son sólo las fuertes emociones las que nos seducen. Incluso con los pensamientos debemos tener cuidado, para recuperar el dominio también sobre ellos y no darles rienda suelta, especialmente cuando tratan de imponerse.

Tener dominio sobre sí mismo significa que uno decide a cuáles pensamientos vale la pena entregarse y a cuáles, en cambio, les negamos nuestra atención, por ser malos, sin sentido o improductivos. A éstos últimos, como dice San Benito, debemos estrellarlos contra la roca que es Cristo.

Aunque debamos poner de nuestra parte y cooperar contigo, oh Espíritu Santo, nunca lograríamos todo esto con nuestras propias fuerzas.

Necesitamos Tu presencia, en la que podemos refugiarnos cuando nos vemos asediados; Tu presencia, en la que encontramos fortaleza para resistir; Tu presencia, en la que nuestra voluntad encuentra cada vez más su hogar y aprende a ejercer el dominio sobre nuestros impulsos, en la medida en que esto nos sea posible en nuestra vida terrenal…

¡Por eso, oh Espíritu Santo, te invocamos una y otra vez!

Es bueno rechazar con Tu fuerza el ataque del momento presente y todo aquello que quiere hacernos perder el equilibrio. Pero aún mejor es estar en constante e íntimo contacto contigo, de modo que Tú te conviertas en nuestra “brújula interior” y junto a ti podamos ejercer el dominio sobre nuestros deseos y pensamientos.

Así, Tú eres nuestro Señor, y en ti nos convertimos en señores sobre nosotros mismos. ¡Todo en un santo orden espiritual! ¡Y en tu luz, vemos la luz (cf. Sal 36,9)!

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Meditaciones sobre el Espíritu Santo (3/14): LA MANSEDUMBRE

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Amado Espíritu Santo, dulce huésped de las almas, infunde en nosotros el espíritu de mansedumbre; aquel espíritu que todo lo penetra, que transforma el corazón y lo hace dócil, que lo purifica de toda dureza, que es tan suave y dulce como Tu Amada Esposa, nuestra Madre María.

“Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra” (Mt 5,5)

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Meditaciones sobre el Espíritu Santo (2/14): UN CORAZÓN PURO

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Amado Espíritu Santo, Tú que eres la luz eterna y pura, ven y penetra en nosotros, para que nada quede escondido ante ti; para que ninguna sombra pueda subsistir en nuestra alma; para que la oscuridad retroceda y todo quede inflamado por tu amor. Despiértanos de toda letargia y purifica nuestro corazón, para que pueda amar como Dios ama, como Tú amas; para que Tú y yo estemos unidos hasta lo más íntimo en la alabanza a la gloria de Dios. 

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Meditaciones sobre el Espíritu Santo (1/14): LA LONGANIMIDAD

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“¡Oh Espíritu Santo, Tú, beso del Padre y del Hijo; Tú, dulcísimo y profundísimo beso!” (San Bernardo de Claraval)

Queremos conocerte mejor y aprender a amarte. Por eso, desciende sobre nuestra alma, “como el sol que, de no encontrar obstáculos e impedimentos, lo ilumina todo; como una saeta encendida, que no se detiene por el camino, sino que llega hasta las últimas profundidades que encuentra abiertas, y allí descansa. Tú no te detienes en los corazones soberbios y en las inteligencias altaneras, sino que pones tu morada en las almas humildes” (Santa María Magdalena de Pazzis).

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