Amado Padre, en el maravilloso Mensaje que transmitiste a la Madre Eugenia Ravasio, nos cuentas cómo acompañaste a un cierto hombre durante toda su vida y lo colmaste de bendiciones. Sin embargo, aquel hombre no correspondió a tu cortejo; sino que se enredó en el pecado, ofendiéndote así constantemente. Pero Tú no cesaste de llamarlo ni de luchar por él. Poco antes de su muerte, finalmente se arrepintió de su mala vida y te invocó con el nombre de “Padre”; y Tú te alegraste de poder perdonarlo y de que esté junto a Ti en la eternidad.