Amado Padre, es cierto que sólo en la eternidad, al contemplarte de faz en faz, experimentaremos la plenitud de la felicidad, hacia la cual nos dirigimos. ¡No cabe duda!
Sin embargo, no es que Tú quieras que hasta entonces sólo experimentemos dolor, aunque a veces esto nos ayude a no disfrutar una falsa felicidad. Si fuese así, Amado Padre, no nos hubieras dicho por medio de nuestro amigo San Pablo que hemos de estar siempre alegres (Fil 4,4).