Amado Espíritu Santo, dulce huésped de las almas, infunde en nosotros el espíritu de mansedumbre; aquel espíritu que todo lo penetra, que transforma el corazón y lo hace dócil, que lo purifica de toda dureza, que es tan suave y dulce como Tu Amada Esposa, nuestra Madre María.
“Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra” (Mt 5,5)