El anuncio puede ser amargo

«Tomé el librito de la mano del ángel…»

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Ap 10,8-11

La voz del cielo que yo había oído me habló otra vez y me dijo: “Ve y toma el librito que está abierto en la mano del ángel, el que está de pie sobre el mar y la tierra.” Fui hacia el ángel y le pedí que me diera el librito. Me respondió: “Toma, devóralo. Te amargará las entrañas, pero te sabrá dulce como la miel.” Tomé el librito de la mano del ángel y lo devoré; y sentí en mi boca el dulzor de la miel. Pero, cuando lo comí, se me amargaron las entrañas. Entonces me dicen: “Tienes que profetizar otra vez contra numerosos pueblos, naciones, lenguas y reyes.”

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Digno es el Cordero

«Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado.»

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Ap 5,1-10

Yo, Juan, vi que el que estaba sentado en el trono sujetaba con su mano derecha un libro, escrito por el anverso y el reverso, y sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso que proclamaba con voz potente: “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?” Pero nadie era capaz -ni en el cielo ni en la tierra ni bajo tierra- de abrir el libro ni de leerlo. Yo no paraba de llorar, porque no se podía encontrar a nadie digno de abrir el libro ni de leerlo. Pero uno de los Ancianos me dijo: “No llores, pues ha triunfado el León de la tribu de Judá, el Retoño de David. Él podrá abrir el libro y sus siete sellos.”

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Santa reverencia

“Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo; por tu voluntad, existe y fue creado.”

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Ap 4,1-11

Yo, Juan, miré y vi una puerta abierta en el cielo, y aquella voz que me había hablado antes, parecida al sonido de una trompeta, me decía: “Sube acá, que te voy a enseñar lo que ha de suceder después.” Al instante caí en éxtasis. Vi entonces un trono erigido en el cielo, y a Uno sentado en el trono. El que estaba sentado tenía el aspecto del jaspe y la cornalina. Y su trono estaba nimbado por un arcoiris que parecía una esmeralda.

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Las iglesias de Sardes y Laodicea

«Concederé al vencedor que se siente conmigo en mi trono, pues yo también, cuando vencí, me senté con mi Padre en su trono.»

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Ap 3,1-6.14-22

Yo, Juan, escuché al Señor que me decía: “Al ángel de la iglesia de Sardes escríbele: Esto dice el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas: conozco tu conducta; tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. Mantente en vela y reanima lo que te queda, pues está a punto de morir. Pues he descubierto que Dios no considera perfectas tus obras. Acuérdate, por tanto, de cómo recibiste y oíste mi palabra: guárdala y arrepiéntete. Porque, si no estás en vela, vendré como ladrón, sin que sepas a qué hora caeré sobre ti.

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La iglesia de Éfeso y el primer amor

«Al ángel de la iglesia de Éfeso, escríbele: ‘Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha, el que camina entre los siete candeleros de oro’.»

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Ap 1,1-4;2,1-5a

Revelación de Jesucristo, que le fue confiada por Dios para que manifestase a sus siervos lo que ha de suceder pronto. Él envió a su ángel para dárselo a conocer a su siervo Juan, que ha dado fe de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo: de todo lo que vio. Dichoso el que lea y dichosos los que escuchen las palabras de esta profecía y tengan en cuenta lo escrito en ella, porque el Tiempo está cerca.

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La vigilancia de los hijos de la luz

En lo que se refiere al tiempo y al momento, hermanos, no tenéis necesidad de que os escriba. Vosotros mismos sabéis perfectamente que el Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche. Cuando la gente diga “Todo es paz y seguridad”, entonces, repentinamente, vendrá sobre ellos la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta. Y no escaparán.

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Orar sin desfallecer

«¿No hará Dios justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche?»

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Lc 18,1-8

Jesús les propuso una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer: “Había en un pueblo un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquel mismo pueblo una viuda que acudió a él y le dijo: ‘¡Hazme justicia contra mi adversario!’ Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que deje de importunarme de una vez’.”

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Permanecer en la doctrina de Jesús

«El que no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios. En cambio, el que permanece en la doctrina posee al Padre y al Hijo.»

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2Jn 1,4-9

Señora elegida: Me alegré mucho al encontrar entre tus hijos a quienes viven conforme a la verdad, al mandamiento que recibimos del Padre. Y ahora te ruego –y no te escribo un mandamiento nuevo, sino el que tenemos desde el principio–, que nos amemos unos a otros. Y el amor consiste en que vivamos según sus mandamientos. Éste es el mandamiento que oísteis desde el principio: que caminéis en el amor.

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El Rey de los corazones

Los fariseos le preguntaron a Jesús cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: “La venida del Reino de Dios no se producirá aparatosamente, ni se dirá: ‘Vedlo aquí o allá’, porque, sabedlo bien, el Reino de Dios ya está entre vosotros.” Dijo a sus discípulos: “Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Habrá quien os diga: ‘Vedlo aquí, vedlo allá.’ Pero no vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su Día. Pero antes tendrá que padecer mucho y ser reprobado por esta generación.”

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La gratitud

De camino a Jerusalén, Jesús pasó por los confines entre los confines entre Samaría y Galilea. Al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” Al verlos, les dijo: “Id y presentaos a los sacerdotes.”

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