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En la meditación anterior, habíamos reflexionado acerca de la fuente y el océano del amor, que el Padre quiere darnos a conocer.
La fuente que emana agua viva es símbolo del conocimiento de Dios. Y nada mejor que el amor para conocer a Dios, puesto que éste es su Ser más íntimo. “Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” -nos dice el Apóstol San Juan en su carta (1Jn 4,16). Recordemos también aquel gran don del Espíritu Santo: la sabiduría, de la cual se dice que nos permite conocer a Dios en Su mismo Ser y que es un “delicioso conocimiento”. Ya no se lo conoce sólo a través de las obras de la Creación, para a partir de ahí sacar conclusiones sobre Dios; sino que se lo conoce en Su mismo Espíritu; es decir, directamente.